“En efecto, en los tiempos homéricos fui Aquiles. Sé por qué. Yo era el antirrey. Y la pasión. Tenía cóleras que complicaban la Historia. Incordiaba a la jerarquía, al mando. Y supe amar. Amé poderosamente a mujeres y a hombres: conocía el valor de un ser único, su belleza, su dulzura. No me planteaba cuestiones mezquinas, ignoraba los límites, gozaba sin angustia de mi bisexualidad: el hecho de que los dos géneros armonizasen en mí me parecía muy natural. Ni siquiera pensaba que pudiera ser de outro modo. ¿No había vivido entre mujeres durante mucho tiempo? Y, entre los hombres, no renunciaba en absoluto a las tiernas intensidades femeninas. Lo prohibido no me atañía. Estaba muy por encima de tontas supersticiones, de divisiones estériles. Y amaba siempre por entero: adoraba a Patroclo con todas mis fuerzas; como mujer, era su hermana, su amante, su madre; como hombre, su hermano, su padre, su esposo y él mismo. Y yo sabía amar a las mujeres mejor que ningún hombre, por haber sido su compañera y su hermana durante tanto tiempo. Amaba, y amaba al amor. Jamás me sometía.”

(La Joven Nacida – Hèléne Cixous – “La risa de la Medusa – ensayos sobre la escritura”).

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